domingo, 6 de enero de 2008

Anthony Suau

Anthony Suau
Ganador premio World Press Photo 1989

Vida

Nació en 1856 en EE.UU. Anthony fue adoctrinado en el pensamiento de que la Unión Soviética intentaba destruir los estilos de vida estadounidenses y las libertades personales. Esto explica que dedicase buena parte de su obra a hacer un repaso a toda la Guerra Fría ente EE.UU. y la Unión Soviética.MOSCÚ
MOSCÚ
Desde 1987 vive en Europa desde donde se ha dedicado a documentar los efectos de los actos internacionales en las vidas de las personas alrededor del mundo.
Suau es poseedor de numerosos premios. En 1984 gana el premio Pulitzer por un trportaje fotográfico sobre los efectos de la hambruna en Etiopía; y por una fotografía de una mujer junto a la tumba de su marido en su Memorial Day.
En 1996, es galardonado con la medalla de oro Robert Capa por su coraje en la guerra de Chechenia.
PUBLICACIONES
Ha publicado dos libros: uno sobre Chechenia y el otro, sobre el genocidio de Rwanda. Debido al pensamiento en el que fue criado, ha realizado un gran proyecto, que tras diez años de intenso trabajo, culmina en 1999. Este trabajo que trata gráficamente la transformación del bloque soviético, se llama Betond the fall y ha sido expuesto en más de doce ciudades europeas. Dentro de este gran proyecto se encuentra la fotografía por la que fue premiado con el World Press Photo en 1987. Estas fotografías son muy buenas y llaman la atención porque dicen mucho con poco.

Foto ganadora del World Press Photo en 1989

Foto Ganadora. Contexto

Esta fotografía se encuentra dentro del recorrido fotográfico que Anthony Suau hace por la Europa oriental durante los últimos diez años y de su exposición Beyond the Fall. Después de dos décadas de construcción económica, en el verano de 1987, cientos de estudiantes surcoreanos toman las calles reclamando una reforma democrática.
He escogido esta fotografía porque parece que pasa desapercibida pero si te fijas y te quedas un rato mirándola descubres muchas cosas. Por eso pienso que es una buena fotografía, porque parece que no dice nada y, en cambio, dice mucho.
Primero, la regla de los tercios, nos lleva a contemplar en primer término la cara impasiva del soldado. Justo después, vemos el desolador llanto de una madre, de una mujer, que seguramente llora por alguien que ha sido arrestado.
Segundo, podemos apreciar la perfecta línea que forman los escudos. Esta línea nos permite centrar el centro de interés de la foto, que en este caso es la mujer y el soldado. Me llama la atención el gran desequilibrio entre el sentimiento del soldado y el de la mujer. Como ya he dicho, en tan sencilla imagen nos dice muchas cosas: tristeza, llanto, nostalgia, pasividad, indiferencia, etc.
Podemos ver como en primer plano y de manera muy nítida aparece un soldado indiferente ante le llanto de una mujer sobre su escudo. Los demás plano se van disminuyendo conforme se alejan al objetivo.

VALORACIÓN

He escogido a este autor porque me gusta la forma que tiene de fotografiar. Es una fotografía seria, sobria y elegante. Que parece que no dice nada y trasmite mucho a quien la admira. Son fotografías muy limpias donde el centro de interés queda totalmente claro. Su exposición sobre la Unión Soviética demuestra un gran trabajo detrás de documentación y, lo que es más importante, de experiencia propia. Refleja a través de su cámara, cómo ha vivido él el conflicto entre EE.UU. y la URSS.

Otro aspectoa destacar y que ha llamado mi atención es que no utiliza la muerte ni la sangre como reclamo. En muchas fotos que he podido observar en su página web: www.antonysuau.com, no aparecen prácticamente muertos, ni cuerpos... pero reflejan la misma triteza y soledad. Es por eso, que concluyo que me gusta el minimalismo de este autot. Un minimalismo perfecto que consigue decir mucho con unas fotografías limpias y sencillas.

BIBLIOGRAFÍA

www.anthonysuau.com





Ilustra un artículo II


¿Piensan los jóvenes?Autor: Jaime Nubiola Profesor de Filosofía
Universidad de Navarra
Fecha: 20 de noviembre de 2007
Publicado en: La Gaceta de los Negocios (Madrid)



La impresión prácticamente unánime de quienes convivimos a diario con jóvenes es que, en su mayor parte, han renunciado a pensar por su cuenta y riesgo. Por este motivo aspiro a que mis clases sean una invitación a pensar, aunque no siempre lo consiga. En este sentido, adopté hace algunos años como lema de mis cursos unas palabras de Ludwig Wittgenstein en el prólogo de sus Philosophical Investigations en las que afirmaba que "no querría con mi libro ahorrarles a otros el pensar, sino, si fuera posible, estimularles a tener pensamientos propios". Con toda seguridad este es el permanente ideal de todos los que nos dedicamos a la enseñanza, al menos en los niveles superiores. Sin embargo, la experiencia habitual nos muestra que la mayor parte de los jóvenes no desea tener pensamientos propios, porque están persuadidos de que eso genera problemas. "Quien piensa se raya" -dicen en su jerga-, o al menos corre el peligro de rayarse y, por consiguiente, de distanciarse de los demás. Muchos recuerdan incluso que en las ocasiones en que se propusieron pensar experimentaron el sufrimiento o la soledad y están ahora escarmentados. No merece la pena pensar -vienen a decir- si requiere tanto esfuerzo, causa angustia y, a fin de cuentas, separa de los demás. Más vale vivir al día, divertirse lo que uno pueda y ya está. En consonancia con esta actitud, el estilo de vida juvenil es notoriamente superficial y efímero; es enemigo de todo compromiso. Los jóvenes no quieren pensar porque el pensamiento -por ejemplo, sobre las graves injusticias que atraviesan nuestra cultura- exige siempre una respuesta personal, un compromiso que sólo en contadas ocasiones están dispuestos a asumir. No queda ya ni rastro de aquellos ingenuos ideales de la revolución sesentayochista de sus padres y de los mayores de cincuenta años. "Ni quiero una chaqueta para toda la vida -escribía una valiosa estudiante de Comunicación en su blog- ni quiero un mueble para toda la vida, ni nada para toda la vida. Ahora mismo decir toda la vida me parece decir demasiado. Si esto sólo me pasa a mí, el problema es mío. Pero si este es un sentimiento generalizado tenemos un nuevo problema en la sociedad que se refleja en cada una de nuestras acciones. No queremos compromiso con absolutamente nada. Consumimos relaciones de calada en calada, decimos "te quiero" demasiado rápido: la primera discusión y enseguida la relación ha terminado. Nos da miedo comprometernos, nos da miedo la responsabilidad de tener que cuidar a alguien de por vida, por no hablar de querer para toda la vida". El temor al compromiso de toda una generación que se refugia en la superficialidad, me parece algo tremendamente peligroso. No puede menos que venir a la memoria el lúcido análisis de Hannah Arendt sobre el mal. En una carta de marzo de 1952 a su maestro Karl Jaspers escribía que "el mal radical tiene que ver de alguna manera con el hacer que los seres humanos sean superfluos en cuanto seres humanos". Esto sucede -explicaba Arendt- cuando queda eliminada toda espontaneidad, cuando los individuos concretos y su capacidad creativa de pensar resultan superfluos. Superficialidad y superfluidad -añado yo- vienen a ser en última instancia lo mismo: quienes desean vivir sólo superficialmente acaban llevando una vida del todo superflua, una vida que está de más y que, por eso mismo, resulta a la larga nociva, insatisfactoria e inhumana.De hecho, puede decirse sin cargar para nada las tintas que la mayoría de los universitarios de hoy en día se consideran realmente superfluos tanto en el ámbito intelectual como en un nivel más personal. No piensan que su papel trascienda mucho más allá de lograr unos grados académicos para perpetuar quizás el estatus social de sus progenitores. No les interesa la política, ni leen los periódicos salvo las crónicas deportivas, los anuncios de espectáculos y algunos cotilleos. Pensar es peligroso, dicen, y se conforman con divertirse. Comprometerse es arriesgado y se conforman en lo afectivo con las relaciones líquidas de las que con tanto éxito ha escrito Zygmunt Bauman.Resulta muy peligroso -para cada uno y para la sociedad en general- que la gente joven en su conjunto haya renunciado puerilmente a pensar. El que toda una generación no tenga apenas interés alguno en las cuestiones centrales del bien común, de la justicia, de la paz social, es muy alarmante. No pensar es realmente peligroso, porque al final son las modas y las corrientes de opinión difundidas por los medios de comunicación las que acaban moldeando el estilo de vida de toda una generación hasta sus menores entresijos. Sabemos bien que si la libertad no se ejerce día a día, el camino del pensamiento acaba siendo invadido por la selva, la sinrazón de los poderosos y las tendencias dominantes en boga.Pero, ¿qué puede hacerse? Los profesores sabemos bien que no puede obligarse a nadie a pensar, que nada ni nadie puede sustituir esa íntima actividad del espíritu humano que tiene tanto de aventura personal. Lo que sí podemos hacer siempre es empeñarnos en dar ejemplo, en estimular a nuestros alumnos -como aspiraba Wittgenstein- a tener pensamientos propios. Podremos hacerlo a menudo a través de nuestra escucha paciente y, en algunos casos, invitándoles a escribir. No se trata de malgastar nuestra enseñanza lamentándonos de la situación de la juventud actual, sino que más bien hay que hacerse joven para llegar a comprenderles y poder establecer así un puente afectivo que les estimule a pensar.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Lo dice todo. Retratos



Jose Javier Sánchez Aranda lleva 27 años dando clase en la Facultad de Comunicación. Imparte Historia de la Comunicación y Métodos de investigación en comunicaión. Gran admirador de "El Señor de los anillo", es una persona tímida d
e lejos pero muy entrañable de cerca. Merece la pena sentarse un rato a charlar con él, te demuestra mucha sabiduría. Sabe comportarse en cada momento y estas fotos lo avalan. Ha sido muy divertido y de gran ayuda su disposición en todo momento. Gracias, ha sido un honor. Entre tanto, a

demás de hablar de cosas personale qu quedan en mi interior, hemos charlado sobre la Universidad de Navarr, la docencia, de todo un poco.

¿Qué ha cambiado en la docencia en estos 27 años?
Ha cambiado la forma de dar clase. Antes, te estoy hablando de los años ochenta, era todo prácticamente teórico. Hoy hay muchísima práctica.

Y eso, ¿es bueno o no?

Como todo, tiene su lado positivo y negativo. Positivo, pues se adquieren unas destrezas que antes no se conseguían pero también, esto sería lo negativo, los alumnos se disipan mucho más y están poco concentrados. A todo esto, hay que añadir las nuevas tecnologías. Como es lógico, han jugado un papel importante en este proceso de transformación.

¿Qué destacaría de la Universidad de Navarra?

Sin lugar a dudas, ese gran espíritu universitario de trabajo.


Hay un refrán que dice “una mirada dice más de mil palabras”; y es cierto, pero no únicamente una mirada. Un rostro puede decirnos mucho. Una mueca nos recuerda que esa persona está enfadada. Los ojos caídos, medio cerrados nos anuncian que se siente triste. La cara tiene mil formas y maneras de reflejar nuestro estado de ánimo. Cuanto más conoces a una persona, más conoces esos gestos. De hecho, pienso que la amistad es tal cuando sólo con mirar la cara de tu amigo sabes cómo está, qué piensa. Una buena manera de aprender a conocer qué nos dice la cara es retratarla. Hacerle una foto y fijarnos en ella. Mirarla con detenimiento. Podemos también leer y escuchar música. Prácticamente todas las canciones hablan del rostro, de los ojos, en general, de todas las partes que conforman la cara. Porque hay tantas posiciones, tantos gestos que casi, casi, se podría escribir una historia sólo con los distintos gestos de la cara. Al fin y al cabo, y retomo el inicio, la mirada pertenece a la cara. Si una mirada nos dice más de mil palabras, ¿por qué no lo va a hacer la cara?

martes, 27 de noviembre de 2007

Con otra mirada




Siempre vemos y miramos igual. No somos originales. Con los ojos y hacia delante, hacia detrás, hacia un lado o hacia otro. Pero, ¿qué tal si probamos a mirar diferente? Te propongo un juego: tenemos que buscar algo o alguien que mire por nosotros.

He pensado en el agua, es muy sabia a pesar de ser insípida y transparente. Me enseña cómo ve el una luz que puede ser perfectamente sus sol. Y, de repente, se antepone una mano, o no, nos invaden. Pobre agua está loca, muy loca. Es lo que hace ser tan poco original y diferente. Siempre se comporta y está igual: o caliente o fría, nada más.

Nos puede también ayudar a mirar el cristal. De una mesa o de una ventana, eso da igual. Lo mismo nos de da uno que otro, que los dos. Desde una ventana miramos y vemos una clínica, nubes y el cielo. Hay sol y nubes, claros y sombras, y todo ello da una aspecto magnífico a nuestra visión. Gracias a la fotografía lo podemos plasmar y ver y recordar siempre que queramos. Volvemos al cristal y esta vez un simple árbol, pero no es tan simple porque yo no lo veo ni lo miro es su reflejo en mi cristal. De nuevo, sol y nube, claros y sombras.

La sombra nos nubla y el sol se apaga. Ya hemos visto, ya hemos mirado. Terminemos que el juego ya ha acabado. Nos hemos cansado pero ha valido la pena. Mirar por mirar es tan simple. Mirar por mirar no nos hace ser diferentes. Lo que marca la diferencia es lo que nos ha enseñado este juego. Se puede mirar diferente si quieres y sabes cómo. Yo te lo he dicho. ¿Juegas?

Conociendo Pamplona


Cualquier momento es bueno para saber más del lugar que te acogido, del lugar en el que vives cada día. Esta vez la excusa: un concurso de fotografía. Y pensando y no parando de pensar, se me ha ocurrido que podría visitar el centro para ver cómo ha cambiado. Así. He caído en la cuenta que junto a las antiguas y míticas murallas han construido una estación de autobuses moderna y propia del siglo XXI. La clásica ya ha quedado antigua y hay que dejar paso a nuevas generaciones.Porque Pamplona está cambiando y sólo tienes que mirar a tu alrededor para darte cuenta. El Baluarte, El Corte Inglés… Muchas cosas que nos recuerdan el tiempo en el que vivimos. Pero lo increíble es que al lado de tanta modernidad podemos seguir contemplando lo que fue Pamplona. Todas esas construcciones antiguas que hacen de esta ciudad, una ciudad histórica. Histórica con muchas batallas y logros a sus espaldas.Debemos aprovechar cualquier momento, segunso, que se nos preste para saber más de lo que nos rodea. Bien sean personas o lugares. Y es que estamos tan atareados y concentrados en nuestro propio ombligo que no somos capaces de ver más de cinco palmos por delante. Hay muchas cosas cerca y que están por descubrir. Tal vez este concurso me haya servido para concienciarme con ello y no sólo ver, sino mirar, fijarse, pensar, escuchar, enteder.

miércoles, 31 de octubre de 2007

Las manos de la “amatxi”






Texto de Asier Barandiarán


El 10 de junio de 1973 se celebró en Oiartzun (Guipúzcoa) un homenaje a un bertsolari. A este acto fue invitado Xalbador, el pastor de Urepel (Baja Navarra). Cuando le tocó su turno, se acercó con solemnidad al micrófono. Su figura mostraba a un hombre sereno y rebosante de confianza. Don Juan Mari Lekuona fue el encargado de comunicarle el tema sobre el que debía cantar de un modo improvisado: “Xalbador, éste es tu tema, las manos de la abuela, “amatxiren eskuak”. Tras unos segundos de concentración empezó a cantar con una melodía suave y nostálgica:


Aizu, amona, aspaldian zu etorri zinen mundura,
ta zure baitan ibili duzu zonbait-zonbait arrangura;

nik ikustean begi xorrotxez zuk duzun esku zimurra,
laster mundutik joanen zarela etorzen zeraut beldu
rra.

Escucha abuela,
hace ya mucho tiempo que viniste al mundo,

y en tu interior has pasado muchas preocupaciones.
Al contemplar con mi fina mirada esas queridas manos arrugadas,
me viene un temor de que pronto tendrás que dejar este mundo.


Los oyentes no esperaban esta salida. Mirando a Xalbador podrían asegurar que no es un ejercicio de erudición y rima el de éste buen pastor. En su cara parecía vislumbrarse una añoranza de esa “amatxi”. Xalbador, sin cambiar el gesto grave y profundo de su rostro, canta su segundo bertso:

Beste amatxi asko ikusi izan ditut han-hemenka,
Jainkoa, otoi, ez dadiela gaukoan eni mendeka:

zure eskuak ez bitza, otoi, behin betiko esteka,

semeatxiak hain maite baitu esku horien pereka.


He visto en todo el mundo a otras muchas “amatxis”,
Señor, por favor, que me perdonen hoy lo que digo,
que tus manos, “amatxi” mía, no se agarroten nunca,
pues éste tu nieto tanto ama las caricias de esas manos arrugadas.

Cuando los oyentes todavía no se habían repuesto de la emoción, Xalbador lanzó al aire su tercer bertso:

Ene amatxik mundu guzian ba ote zuen berdinik?
Dudatzen nago hardu dukeen nehoiz atseginik;
orai eskuak ximurtu zaizko zainak hor dazura urdinik,
eta ez dago arritzekoa horrenbeste lan eginik.


Mi “amatxi” en todo el mundo ¿acaso tendría una igual?
estoy dudando de que alguna vez hubiese tomado un descanso,
ahora se le han envejecido las manos,
y sus venas azules las tiene ahí a la vista,

no es de extrañar... ¡tanta labor han hecho!


Xalbador con esa mirada suya perdida en el horizonte está viendo a su abuela trabajando, hilando la lana, cuidando la olla en el fuego, meciendo la cuna de su nieto, desgranando las mazorcas de maíz o las cuentas del rosario. Una abuela, con unas manos arrugadas, que fue la memoria de esa comunidad familiar.


Aires de Pasado



Cruzar el umbral de su puerta es volver al pasado, trasladarse a una época antigua. Qué pena que ya no se lleve comprar en mercados. Las grandes superficies le pisan los talones pero es así, la vida cambia y pasa muy deprisa. Quién le iba a decir a nuestras abuelas que aquellos puestos y aquellas mujeres que vendían sus productos poco a poco iban a ir dejando paso a los tan impersonales supermercados. Ya no se lleva ir al mercado y preguntar: ¿qué tal le va la vida Don Genaro? O ¿cómo va la mañana Asunción?




El mercado era mucho más que comprar y vender. En un mercado se hacían amistades y se conocían unos a otros. Aun así, el mercado de Santo Domingo sigue respirando esos aires nostálgicos. Todavía hay personas que se resisten a dejar de ir. Quieren seguir comprando, seguir haciéndose compañía unos a otros. La herencia de nuestros abuelos podía ser continuar conservando estas costumbres. Ir a un mercado, preocuparnos por los que nos venden la comida.






La vida sigue su camino y paralela existe un mundo mucho mejor que esos que se imaginan en las películas con coches que vuelan y edificios enormes. En todas las ciudades hay un mundo particular que vive independiente al paso de la ciudad. Un mundo donde se ayudan unos a otros, donde la simple pregunta, ¿qué tal estás?, no es tan simple. Un mundo donde hasta el más pequeño se siente el más grande. Y ese mundo en Pamplona se llama Mercado de Santo Domingo.